jueves, 5 de septiembre de 2013

Vámonos de ruta...

Texto: Miguel Suárez


En enero de 2006, con el sometimiento a información pública de los estudios de impacto ambiental, daba comienzo un ambicioso proyecto dirigido al senderismo y al cicloturismo con la adecuación de tres rutas que forman parte del llamado parque periurbano del Naranco: Puente Viejo (Siero)-Picu’l Paisano; Naranco-Puente de Gallegos; Gallegos-San Pedro de Nora. Dichas rutas, inauguradas en junio de 2008, ahondan en un propósito más amplio: conectar la capital y alrededores con la senda del oso mediante diferentes sendas verdes. Una de ellas, la última de las señaladas, transcurre íntegramente por el concejo de Las Regueras. Decidimos recorrerla para comprobar de primera mano qué podemos encontrar en ella.





El trazado cuenta con una longitud aproximada de 4,8 kilómetros y con unos desniveles generales no muy acusados salvo en algunos tramos concretos. En nuestro caso, partimos de San Pedro de Nora donde, antes de comenzar, es obligada la visita a la iglesia de San Pedro, una de las joyas del prerrománico que fue declarada Bien de Interés Cultural en 1931. En la actualidad, el templo presenta una morfología resultado de la intervención realizada por Menéndez Pidal entre las décadas de 1940 y 1970, a quien se le encargó restaurar el edificio a causa de los daños sufridos durante la Guerra Civil. La iglesia actual conserva la morfología original en el ábside y el cuerpo, mientras que el resto de elementos constructivos (torre externa, entrada al oeste formada por una capilla, explanada al sur, etc.) fueron añadidos, con mayor o menor fundamento, por el propio Menéndez Pidal.

Iglesia de San Pedro de Nora en 1935 y en la actualidad
En las inmediaciones de la iglesia se encuentra el panel informativo de la ruta, donde se muestran los detalles básicos y una fotografía aérea en la que se marca el recorrido. Desde el principio, queda claro que el paisaje es uno de los reclamos más potentes de la senda. Así, durante el primer kilómetro el camino transcurre a la vera del río Nora, por su margen derecha, entre carbayos y castaños y con el sonido de las aguas como compañero de viaje. Incluso existen varias zonas en las que es posible bañarse con seguridad.




Pasado el primer kilómetro, la ruta se aleja del río y comienza a subir en dirección a El Campanal. A medida que ganamos altura, el potencial paisajístico comienza a desplegarse, y nos ofrece una completa panorámica del entorno. A ello contribuye la progresiva sustitución de la vegetación de ribera por el matorral bajo; indicativo, por otra parte, de tierras antes aprovechadas y hoy abandonadas a la maleza.



Después de una subida importante, el desnivel nos da un breve respiro y enfocamos el trayecto hacia Quexu. Aquí, nuevamente podemos disfrutar de unas vistas excepcionales de la vega del Nora y Oviedo. Finalmente, iniciamos el descenso hacia Gallegos por un pequeño camino hormigonado, llegando al final (y comienzo, puesto que el trayecto está diseñado de forma lineal) de la ruta. 
    
Sin embargo, a pesar de que la ruta puede ser interesante desde el punto de vista paisajístico y por su dificultad moderada, existen algunos problemas de los que, por coherencia y honestidad, debemos advertir a los posibles visitantes. Sin duda, el principal problema es el estado de abandono absoluto que se percibe a lo largo de todo el trayecto. Ya desde el principio, llama la atención que el vallado de madera, tan frecuente en estas rutas, ha desaparecido en muchos puntos; en otros ni siquiera se ve, a causa de la maleza que lo cubre. Precisamente, la maleza acumulada en ciertos tramos (principalmente el comprendido entre el lavadero –a unos 500 metros de la iglesia- y El Campanal) hace casi imposible el paso a pie por algunos de ellos, y totalmente imposible pasar en bicicleta. Del mismo modo, deja inservibles parte del potencial paisajístico (al tapar las vistas durante gran parte del recorrido) y elementos como las áreas de descanso, que a día de hoy sólo ofrecen unas inmejorables vistas de escayos y cotoyes.
















Pero, ¿a qué se debe esta situación? No debemos caer en el argumento habitual de la desidia de las administraciones como razón principal del mal estado de estas rutas y otros elementos similares (aunque, por supuesto, contribuye a ello). La razón es más sencilla: muy pocos han recorrido y recorren esta ruta. La ausencia de actividad acelera la invasión de la maleza y, al mismo tiempo, justifica que nadie se ocupe de mantener unas condiciones óptimas. De igual forma, el mal estado y su divulgación (siempre necesaria) disuaden a posibles visitantes de recorrerla; entramos así en un círculo vicioso de difícil arreglo. Y aquí llegamos al quid de la cuestión: ¿Por qué? La respuesta está en una planificación y gestión de los recursos poco adecuadas. En efecto, la primera pregunta que todos deberíamos plantearnos antes de acometer un proyecto así es ¿por qué este recorrido y no otro? O en otras palabras, ¿qué motivaría a alguien a hacer esta ruta? De la respuesta dependerá, entre otras cosas, que la ruta se dinamice y llegue a más gente por el boca a boca.

¿Qué tiene, entonces, esta ruta? Hemos visto que el paisaje es un buen reclamo y, en verdad, merece la pena (la naturaleza siempre la merece). Pero está claro que no es suficiente; al menos, no para mantener un flujo más o menos constante de senderistas. Cosa lógica, por otra parte, si tenemos en cuenta que desde el punto de vista paisajístico la región ofrece infinidad de posibilidades. Parece claro que hace falta algún recurso más.

En el catálogo de sendas verdes de Asturias (Ed: Principado de Asturias, 2011), en el apartado referido a esta ruta, se destaca, además del paisaje, la iglesia de San Pedro. Indudablemente la combinación de recursos naturales y culturales es, si no imprescindible, sí al menos muy recomendable. En este caso, la inclusión de la iglesia como parte de la ruta era algo evidente al situarse, como ya se ha visto, al inicio (o final) de la misma. Sin embargo, el prerrománico asturiano es en sí mismo un potente reclamo, lo suficientemente importante como para convertirse en el único objeto de una visita a la zona. Así, es frecuente, sobre todo en verano, ver a gente visitando la iglesia, pero parece que pocos se deciden a realizar la senda verde.


Así pues, si los dos atractivos principales -o mejor, oficiales- no han servido para que la gente se decida a recorrerla, ¿qué queda de esta ruta? Pues principalmente maleza y algún que otro recuerdo de quienes la recorrían a diario por obligación cuando no era más que una caleya, y que gustosamente comparten con quienes estén dispuestos a escucharlos. Precisamente aquí tenemos otro recurso, de esos que se suelen infravalorar o directamente olvidar. Las caleyas, los caminos, no surgen de la nada. Todos, por pequeños que fueran, desempeñaron una función para las personas que los crearon y los recorrieron. En cada camino hay historias de vida, y al recorrerlos, en cierto modo se pueden recrear, o al menos recordar esas historias, que si se incluyen en la ruta siempre actuarán como un atractivo añadido. 

Por ejemplo, sólo haría falta hablar con algún vecino para saber que esta ruta se utilizaba para llevar la leche a vender hasta Trubia; o bastaría con investigar, aun superficialmente, la historia reciente de la zona para darse cuenta de que con toda probabilidad fuera, durante la Guerra Civil, una vía de comunicación entre el frente y San Pedro de Nora, lugar donde los republicanos evacuaban a sus heridos.


Y aparece entonces otro recurso cultural que puede asociarse a esta ruta (al que dedicaremos próximamente una publicación). A escasos 500 metros de Quexu, en las inmediaciones del antiguo polideportivo, encontramos la que fue una de las zonas calientes de la Guerra Civil en Asturias. Un campo de batalla peculiar, ya que las líneas de los dos frentes estaban separadas por apenas 200 metros y en él aún son bien visibles los cráteres provocados por la artillería, las trincheras, alguna construcción de hormigón e incluso dos refugios excavados directamente en la tierra, en la base de una trinchera. La zona ofrece posibilidades más que interesantes para ser visitada, ya que no plantea excesivas dificultades y los restos se concentran en un espacio relativamente reducido, por lo que pueden verse todos en poco tiempo. Además, puede accederse a ella, sin pérdida, tomando un ramal que sale de la ruta principal.



Pero también se puede retroceder aún más en el tiempo. En El Campanal, a unos 200 metros del punto en que se inicia la subida hacia Quexu, se encuentra la cueva de Sofoxó (a la que también dedicaremos una publicación), que fue excavada entre 1915 y 1919 por el Conde de la Vega del Sella y revisada a principios de los 70 por Soledad Corchón y Manuel Hoyos. En ella se hallaron indicios de ocupación humana que se atribuyen al Magdaleniense superior en un estadio muy avanzado (aproximadamente unos 12.000 años de antigüedad). No es una gran cueva, pero la posibilidad  de estar en el mismo sitio en que habitaron hombres y mujeres hace miles de años es, por poco frecuente, un atractivo que no se debería desaprovechar. Incluso sería posible vincular este yacimiento –y la ruta- con la senda verde de Priañes que desemboca en el embalse, y en cuyo entorno encontramos una zona de intensa actividad paleolítica, con varias cuevas entre la que destaca, sin duda, la Cueva de las Mestas.

Cueva de Sofoxó (El Campanal)
Es decir, que esta ruta en concreto ofrece –o puede ofrecer- bastante más de lo que se publicita; y todo ello al lado de una parada de tren, lo que incrementa aún más sus posibilidades. Los recursos expuestos no son un remedio mágico; pero la diversidad de elementos y lugares ya es un primer paso para generar interés. Además son perfectamente accesibles, pues forman parte del entorno y no requieren ni grandes esfuerzos adicionales ni la realización de desvíos que puedan desdibujar la ruta. Entonces, ¿por qué no se han tenido en cuenta? Quizá a los gestores no les resultó tan obvio porque no conocían siquiera la zona; o se ciñeron estrictamente a las órdenes que venían de arriba o de no se sabe dónde; o directamente no hubo ningún especialista que se encargara de esto. En cualquier caso, no hace falta más que un poco de sentido común y pararse a pensar, sólo un momento, en los objetivos que se persiguen con el proyecto y a estudiar la zona para explotar, al mismo tiempo, todos los recursos naturales y culturales que sea posible (¿Por qué vamos a hacer esta ruta –o cualquier otro proyecto-?; ¿Tendrá interés para la gente?; ¿Qué recursos de la zona podemos aprovechar?). Por otra parte, tampoco podemos pretender que estas cosas se autogestionen ellas solas. No basta con diseñar una ruta o poner algún panel informativo; además, hay que dinamizar los recursos promocionándolos, llevando de vez en cuando a los estudiantes, haciendo visitas guiadas puntuales… y cualquier otra cosa que se nos pueda ocurrir. Y por supuesto no estaría de más que, alguna vez, se preguntara a los ciudadanos en general, y a los vecinos en particular, qué les parece la idea antes de llevarla a cabo (al fin y al cabo, no sólo son los beneficiarios, sino que además son quienes lo pagan y quienes mejor conocen la zona).


En este caso, se realizó una inversión importante: más de 500.000€. No hay por qué entrar en si es mucho o poco (personalmente creo que la inversión en cultura y naturaleza siempre es necesaria y nunca sobra). Pero no podemos confundir cantidad con calidad, porque no tienen nada que ver, y por eso es lícito exigir a los promotores –que no pagadores- un mínimo de planificación, rigor y calidad, y que sus acciones sean realmente beneficiosas para el entorno. De lo contrario, la sensación que se transmite es de improvisación e incompetencia, o peor, de que en algún momento sobró un dinero de alguna partida y había que gastarlo en algo, aun de mala manera. Y ahora el problema es que ya no hay dinero (dicen) ni para intentar arreglar malas ideas ni, por supuesto, para crear otras nuevas.


Otra cosa, claro, es que todo esto no interese a los que tienen poder de decisión sobre estos temas. Yo quiero creer que no es así y que estas situaciones tienen más que ver con una gestión deficiente que con la desidia. Pero en fin, mientras tanto, la maleza sigue ahí.

Vistas que ofrece una de las áreas de descanso de la ruta



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2 comentarios:

  1. Muy buen artículo, bien planteada la cuestión. Ojalá que sirva para algo.

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